Es sorprendente como todo tipo de interacción social desemboca en un asado, no entraremos a especular como comenzó este fenómeno, ni cuando, ni quienes fueron los impulsores, en esta ocasión esos detalles no nos importan mucho. Lo que si nos la llama atención es como esta actividad se ha convertido en casi el ultimo bastión en donde el hombre puede desenvolver su personalidad sin tapujos, demostrando sus instintos varoniles, ese líder indiscutible, macho alfa de la casa, que se luce y se siente frente a la parrilla como un pato en el agua.
Fijate en estas situaciones. Dos viejos amigos se encuentran en la calle, se pasan sus números y organizan un asado como reecuentro, uno de los hijos se recibe de la facultad, se hace un asado para celebrar, tu equipo de fútbol ganó el clásico de tu barrio, se hace un asado para festejar, tu novia te dejo sin previo aviso, los muchachos te arman un asado para que te sientas mejor. Podríamos citar mil razones y todos acabarían en un asado, es que no hay excusas para no armar uno. El asado es como un eje sobre el cual giran los mejores momentos y el hombre es el encargado de hacerlos girar, pero, ¿por qué el hombre?.
No hay una explicación lógica o científica, tampoco necesitamos eso, pero podríamos retroceder miles de años y encontraremos que en las sociedades primitivas las funciones de género estaban bien diferenciadas, por un lado las mujeres se encargaban de recolectar hortalizas, ayudar en la siembra, cuidar a los hijos y los animales, etc. Mientras que el hombre, gran cazador, salía a enfrentarse con la rudeza del clima, del bosque, y todo tipo de peligro, con el objetivo de llevar a casa sobre sus hombros aquella carne que sería asada en medio de la tribu. El hombre, tosco y rudo, demostraba de esa forma por que era el que mandaba.
Estas mismas diferencias podriamos aplicarlas en la actualidad y veremos como, cuando se habla de asado, es el hombre el encargado de agarrar la batuta y ocuparse de todo. La mujer, a la cual no se le puede reclamar absolutamente nada como es debido, pasa a un segundo lugar en esta ocasión, preparando las ensaladas y organizando la mesa. El hombre, en vez de enfrentrarse a los peligros del bosque, debe aguantar el stress del supermercado, debe ajustarse a la rudeza de la economía consultando a su bolsillo y como si todo fuera poco, debe enfrentarse a inesperados factores que no le dejarán disfrutar de ese buen asadacho. Los años han pasado pero los peligros, aunque ahora son minímos, siguen estando.
¿Y quién más haría el asado si no es el hombre?, estamos hablando de armar y limpiar la parrilla, ensuciarse con carbón, quemarse tratando de prender el fuego, salar la carne, utilizar cuchillos filosos y tener la paciencia de un monje tibetano cuando aparece algún que otro personaje alrededor de nuestra parrilla. Ese rincón de la casa es nuestro por una cuestión genética, histórica, y hay que cuidarla con mucha devoción. El asado del hombre debe hacerse respertar.
Otra virtud que tiene el asado, es que sirve como una buena excusa en la relación padre-hijo, cuantos de ustedes se habrán quedado obnubilados frente a la humeante parrilla de sus padres cuando eran niños. El asado se convierte en un emblema que es traspasado de generación en generación, casi como un ritual que no debe desaparecer de las mesas familiares por ningún motivo.
No hay nada más feliz para un parrillero que la satisfacción de saber que sus invitados están contentos y satisfechos con su trabajo, esa retribución es enorme y para él no se compara con nada. Todo vale la pena, la virilidad está inflada y llena de un enorme orgullo, al Cesár lo que es del Cesár, dirán algunos.
Por eso, ¿será entonces que el momento del asado es el único lugar en donde el hombre se siente realmente a gusto consigo mismo?. Tal vez si, es aquella lucha histórica en la que él demuestra toda su experiencia para la alegría de la familia y sus amigos, quienes quedan embobados con toda su calidad asadística.
Desde aquí no nos queda otra cosa que aplaudir al asador y agradecer por todas las alegrías. ¡Salud!