A la parrilla

El parrigas hace asado de cuero

parrigas asado

Bien, como había mencionado con anterioridad, fantasear con que algún domingo llegue a casa y haya asado es un poco arriesgado porque las milanesas predominan esos días de descanso. Pero hubo una época en la que el tedio milanesero venció a la gente que habita mi casa, entonces se compraron un invento que a mí en lo particular no me agrada mucho: el parrigas.

Su sólo nombre me resulta tan vacío. Es un híbrido, invención contemporánea para las preparaciones pequeñas en cantidad, “ideal para solteros” dice un artículo que alaba esta invención, pero para mí que todo lo que preparas ahí dentro te sale con olor a gas, es difícil de lavar, tiene un tamaño demasiado grande que lo hace para nada práctico y en varias ocasiones me habré quemado al intentar usarlo. Y no sólo eso, lo que sale como producto final no siempre resulta tan apetitoso como lo pintan en la tele. Teníamos hasta vergüenza de invitar a la gente a comer asado porque sabíamos que no iba a resultar tan rico como la invitación propia. Claro, porque cuando recibís un propuesta de asado decís: “Aaay que rico, si o si voy.”

Y es así, que en varias oportunidades dominicales, provenir de una familia que no formaba parte de los círculos rituales asaderos mostró todas sus aristas con asados secos, duros, carentes de cariño, por eso siempre que comíamos lo hacíamos sólo entre nosotros. Porque cocinar es todo un arte, se sabe que el modo de cocinar influye evidentemente en el resultado final, ¡pero si es casi una afirmación redundante! Esa era la época en que vivía en un departamento, donde estaba “prohibido” asadear e invadir a los vecinos con la olorosa tentación, además de muchas otras restricciones pero bueno. Cierto día sin glorias y muchas penas, el final del almuerzo azotó el orgullo de la familia cuando en el recinto sagrado de mediodía, se comió sólo la ensalada y sobró mucha carne. Y siempre era así, la carne estaba encuerada y sin gracia.

parrilla tambor asado

Poco tiempo después, subía con dificultad pero resolución hasta el 4to. piso (sin ascensor) una pequeña parrilla, de esas que tienen tapa y una chimenea, ideal para el balcón que teníamos y hoy por hoy que ya nos mudamos, para el patio inmenso de la casa donde dicho artefacto, en comunión con el resto de sus pares del nuevo barrio inundan humos de exquisitez en el entorno. Toda esa operación era comandada por mi hermano, quien como yo somos férreos opositores a ese ser metálico sin sentimientos llamado parrigas, que ahora descansa en el fondo de la cocina, utilizado muy pocas veces para mi alivio.

Desde entonces, los asados respondieron a todas las expectativas, a las demandas, a las fantasías; incluso ya invitábamos a la gente porque la nueva adquisición que se hizo daba buenos frutos, cobró protagonismo y todos terminamos aplaudiendo su formación a las filas domingueras de la familia. Hoy ya invitamos a los amigos, conocidos, tíos y primas a que vayan a pasar el día en casa con un buen asado acompañado de alguna bebida feliz, sabiendo que ese encuentro también tendrá un final feliz.

About the author

Laura Rodas

Estudiante de artes, amante de la costilla y de la morcilla con mandioca. Me sale bien poner música en los asados.

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